jueves, 8 de mayo de 2014

Mi primera clase de karate

Hola de nuevo a todos.
Después de la pequeña introducción de mi publicación anterior, creo que ya es hora de contar como fue que comencé en karate.

Tras retirarme del atletismo a los 21 años, pasé un tiempo sin dedicarme a nada en concreto. Siempre me habían encantado las artes marciales, y lo de aprender karate siempre había estado guardado en mi mente, como esos proyectos que siempre aplazamos por una causa o por otra, pero que siempre tenemos presente… aunque en ocasiones nunca llegamos a cumplir.
Casi se podría decir que fue por casualidad. En esos años, decidido a ponerme a hacer karate, pregunté en mas de una ocasión a amigos que habían tenido contacto con este arte marcial, para informarme de donde poder aprender…
El problema, es que cerca de donde yo vivo, en el barrio de Carrús de Elche, no había nada donde poder ir a preguntar. A parte de esto, también tenía el dilema de el hecho de ser ciego.
Realmente, y aún con todos los avances que tenemos hoy día, en cuestiones de discapacidad, hay que reconocer que los recursos son mínimos, y en muchas ocasiones nos vemos muy limitados en las posibilidades que se nos ofrecen. Y en cuestiones de artes marciales, todavía más. En mas de una ocasión me ofrecieron hacer judo, puesto que ya estaba adaptado para ciegos y que no tendría ningún problema en aprender…
Pero aquello no me llamaba la atención. El judo es un arte marcial estupenda, pero no está entre mis favoritas… Además que soy un cabezota y un testarudo, y no quería conformarme con la solución más sencilla. Se me había metido en la cabeza que yo iba a hacer karate, y no iba a descansar hasta conseguirlo.
Ya os digo que fue casi por casualidad que comencé esta gran aventura que dura ya dos años y que espero que dure muchos más. Fue gracias a un amigo de la once, que me dijo que en el gimnasio al que él iba daban clases de karate, y que concertó una cita con el dueño del gimnasio, y con el sensei de la Escuela de Karate Shotokan Carrús.
Lo gracioso de todo esto, es que el gimnasio en cuestión, se encontraba tan lejos de casa aún estando en el mismo barrio donde vivo, que mi madre tenía que llevarme en coche.

Había pasado ya la mitad del mes de Marzo de 2012 cuando me reuní en el gimnasio CDC (centro de deportes carrus), con Javier Martinez Romero, que era y sigue siendo, junto a Fran Gomez Aznar, uno de los senseis de la Escuela de Karate Shotokan Carrús (EKSC).
En realidad, fue una reunión muy breve. Recuerdo que cuando fui, Javi había estado haciendo unas pesas y que como es normal, dejó un rato su entrenamiento para atenderme.
En un principio lo noté un poco dubitativo, supongo por el hecho de que fuese cierto que un ciego quería aprender karate. Pero he de decir a su favor que no puso ninguna pega, y me dijo que comenzara la semana siguiente, y que probara unos días a ver como iba la cosa.
Dicho y hecho. Al lunes siguiente me planté allí con mi chandal, sin saber realmente como iba a ir la cosa, pero con muchas ganas de intentarlo.
Javi me recibió muy seguro y sin pizca de la duda que parecía haber tenido la semana anterior. No tengo ni idea que estuvo pensando aquellos días. La verdad es que exceptuando algún comentario suelto, no he hablado con él sobre este tema, pero creo que va a ser una charla muy interesante.
Pero independientemente de eso, desde el primer día que pisé el tatami, se comportó como si hubiera estado trabajando toda su vida con personas con ceguera.
Volviendo al tema que nos ocupaba… allí me encontré yo, con mi chandal, y con Javi que comenzó a presentarme a los que a partir de aquel día y hasta ahora, son mis compañeros, amigos y hermanos. Aunque en aquel momento fueron poco más que un caos de voces y nombres sin conexión alguna… Confieso que tardé en asociar nombre a cada una de las voces más tiempo del que estoy dispuesto a admitir.
Y por fin, tras lo que me parecieron infinitas presentaciones, comenzó la clase.
Ahí estaba yo, en posición para saludar antes de iniciar oficialmente la clase, sin tener ni pajolera idea de lo que vendría a continuación.
Seguramente esto le ha pasado a todo el mundo. Es una situación nueva, que no controlamos para nada y simplemente hacemos lo que se nos dice… nada nuevo hasta aquí, supongo. Pero cuando eres ciego, la cosa se complica un poco mas. Cuando ves, puedes imitar a los demás, pero cuando ese valioso recurso que es la imitación está fuera de tu alcance, la sensación de que vas a meter la pata y de ir mas perdido que Marco buscando a su madre se acrecenta exponencialmente.
Por suerte, aquel momento de agobio y dudas, en los que realmente me planteé si no había sido todo un error, pasó rápido y quedó como una simple anécdota personal que hasta ahora creo que no había contado a nadie.
De inmediato, Javi me explicó todos los entresijos del protocolo que envuelve al karate, o al menos, los que incumben al saludo de inicio y finalización de las clases.
Ahora no voy a centrarme en todo el protocolo, por que esto puede hacerse muy extenso. Baste decir que el karate, como muchas otras artes marciales, proviene de Japón y que son muy respetuosos y protocolarios. Más adelante, en futuras publicaciones, si queréis, puedo explicar con todo detalle y con algo de ayuda de mi sensei, todo lo relativo a este tema.

Volviendo al tema de mi primer día, tras ese pequeño mal trago de nerviosismo y de mi primer saludo oficial como karateka, la clase había comenzado y me encontré corriendo para calentar, ayudado por Fran Gomez Aznar, el sempai (alumno avanzado), como si también hubiera estado haciendo aquello todos los días.

Con vuestro permiso, voy a hacer otro pequeño inciso en mi relato.
Quizá muchos os preguntéis por que pongo tanto énfasis en esas cosas tan insignificantes como pueden serlo hablar con una persona ciega o simplemente ayudarla a correr.
Y si, sé que hablar y correr no es la gran cosa… todo el mundo sabe hacerlo, ¿no?
A lo que me refiero con esto, es que la inmensa mayoría de gente no sabe como comportarse en estas situaciones con un ciego. No se nos educa para tratar a personas con discapacidad, y esto es un hecho lamentable.
La mayoría de la gente nos habla como si a parte de no ver, fuésemos cortos de entendederas, o a la hora de tratar con nosotros, como si fuésemos a rompernos en cualquier momento.
Con esto, no quiero que nadie se ofenda. No es una crítica personal, ni mucho menos. Es más una crítica constructiva, pero sobretodo a la sociedad en sí.
Sé que tenemos una discapacidad y que tenemos nuestras limitaciones, pero exceptuando cosas puntuales, por lo general podemos manejarnos con total normalidad.
Por eso, cuando encuentro a alguien que sin conocerme de nada anteriormente me trata con normalidad, no puedo hacer más que remarcarlo.
Y cuando llegó la hora de ponernos a calentar y Fran me ofreció el brazo para correr conmigo, me llevé una sorpresa muy agradable.
No todo el mundo sabe que hacer en esa situación, la verdad. Por lo general, quien no sabe, pregunta, ¿no?
No creo que haya mejor forma de aprender que preguntar lo que no se sabe, pero en esta ocasión, Fran simplemente me ofreció el brazo, como si fuese lo más natural del mundo.
Me encantan esos gestos que indican que la barrera de la discapacidad no es mas que una fina hoja de papel.
Pero lo mejor de todo, es que las sorpresas agradables no habían hecho más que comenzar.

Después de haber calentado y estirado, comenzó en mi opinión la auténtica prueba de fuego.
Tras darle a Fran las instrucciones para que llevase él la clase aquel día, Javi me llevó a un rincón y con toda la paciencia del mundo comenzó a explicarme las bases del karate.
Comenzó por enseñarme a dar correctamente un puñetazo, mostrándome como lo hacía él mientras yo seguía su brazo con mis manos, para a continuación, imitarlo y que él corrigiese las cosas que hacía mal.
Con este método tan simple y sencillo, aquella primera noche no solo me enseñó a dar puñetazos, sino también las principales y más básicas defensas y la primera posición del karate Shotokan.

En resumen, aquella primera clase a la que había asistido para probar, había aprendido (como he comprobado en varias ocasiones en este tiempo) exactamente lo que aprende cualquier persona que asista a su primera clase de karate, sin ningún impedimento, y sin haber tenido ningún problema para aprender debido a mi ceguera.

Creo que aquella primera clase marcó un punto importante en nuestras vidas, sobretodo en la mía. Comprobé que en efecto, la ceguera no es ningún lastre para practicar este arte marcial, y eso me llenó de ilusión y ganas de aprender. Las cuales aún hoy, después de 2 años, siguen siendo tan intensas como aquel primer día.

¡ossss!

5 comentarios:

  1. Hola.
    Me gusta mucho el post, es muy interesante la experiencia.
    Las limitaciones están en nuestra mente, aprovecha la oportunidad y disfruta del Karate, es un Arte Marcial precioso.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. hola!
      Muchas gracias por haber comentado. Estoy totalmente de acuerdo en que es toda una experiencia.
      Te aseguro que la estoy disfrutando muchísimo.
      Un saludo.

      Eliminar
  2. Jo Fran que cosas tan bonitas, no he podido evitar emocionarme. Me siento superorgullosa de tenerte como compañero, no dejas de sorprenderme.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡hola Cris!
      muchas gracias por haber comentado.
      Me alegro de que te haya gustado.
      Soy yo el que se siente orgulloso de ser vuestro compañero. No he podido tener más suerte.
      Sabéis que os quiero mucho a todos.
      un 💋 muy grande.

      Eliminar
  3. hola Fran, hace 18 meses que tambien inicie mi experiencia con esto ke llamamos karate a ciegas, al igual ke en tu caso, aca en Colombia tampoco existia el Karate para disc visual, afortunadamente tambien encontre un Sensei ke tomo el riesgo de entrenarme, ahora encuentro tu blog y me doy cuenta ke mi camino ha sido similar, espero algunnnn dia podamos compartir experiencias, ossu

    ResponderEliminar